12 mayo 2008

El Gobierno de Aznar dio orden de no investigar a Ginés Jiménez

El caso de Coslada, en el que un cuarto de la plantilla de policía local presuntamente conformaban una banda de extorsionadores capitaneados por el jefe del cuerpo, Ginés Jiménez, comienza a tomar tintes dantescos al salir a la luz informaciones que acusan al delegado del gobierno Aznar de estar en connivencia con esta banda armada de malhechores uniformados.

Según informa la cadena Ser, el capitán de la Guardia Civil, actualmente retirado Antonio Plana, asegura que cuando fue contratado en l999 por el entonces alcalde, el socialista Juan Granados, como director de servicios para controlar al jefe de la Policía Local, se encontró con que sus denuncias al delegado del Gobierno, por aquel entonces Javier Ansuátegui, del PP, para que la Policía Nacional investigase a Ginés, eran ignoradas e incluso Ansuátegui dio orden de no hacer nada.

El ex director de servicios afirma en declaraciones a la Ser que “El delegado del Gobierno en Madrid no ordenaba investigar a la Policía Nacional nada de lo que nosotros les comentábamos. Nosotros incluso hablamos con el fiscal y le dijimos. Mire, este señor va a un accidente y pega a las víctimas, en vez de ayudarles”, sin embargo, todo cayó en saco roto.

Esto empieza a oler muy mal, cuerpos policiales presuntamente convertidos en bandas de extorsión al más puro estilo Al capone, delegados del gobierno que ordenaban no investigar y fiscales que miraban para otro lado.

¿Y Güemes que dice ahora?

Saludos Progresistas.

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1 Comments:

At 14.7.08, Blogger raúl pleguezuelo said...

Hola basura estalinista.

Aquí sigo, agazapado y echándote el aliento en la nuca.

Mira este retrato tuyo. Te describe perfectamente.

Es especialmente interesante este párrafo: "El progresista finge un estado de encandilamiento cuando se refiere a las conquistas del régimen de Fidel Castro o cuando muestra su apoyo a los movimientos antiglobalización. Por supuesto, no soportaría vivir en Cuba ni prescindir de las ventajas que el fenómeno de la globalización ha convertido en cotidianas para la mayoría de los ciudadanos."

Es curioso que tú mismo hayas mostrado tu admiración por Fidel Castro y, al mismo tiempo, hayas renegado de vivir allí. Curios, ¿verdad?. La forma de retratarte fielmente es increíble. Parece que el autor del artículo te hubiera parido. Claro, es que todas las serpientes sois iguales.

"Supongo que estará usted de acuerdo conmigo en que la esencia del progresista contemporáneo es su falta de creencias. Los marxistas, hasta Gramsci, creyeron en la revolución violenta y la conquista del poder político; y en los años sesenta confiaron en que la destrucción de la cultura judeo-cristiana alumbraría el hombre nuevo anunciado por sus profetas.
Hasta ese momento, muchos de ellos creían sinceramente que el socialismo era el paraíso, el modelo perfecto de ordenación social, y realmente envidiaban a los habitantes del este de Europa. Tras la caída del Muro de Berlín, los herederos de la tradición de izquierdas ya no creen en nada, salvo en la necesidad de vivir a costa ajena. Los progresistas ya no quieren el advenimiento del socialismo, ni mucho menos la revolución proletaria, sino simplemente preservar su nivel de vida a través de la depredación presupuestaria y la creación de un injustificado complejo de culpa en los demás.

Ya ni siquiera la honestidad intelectual les sirve como atenuante en su labor destructora. Atacan todos los principios y valores que nos han hecho libres y prósperos, simplemente, porque es la actitud más rentable en términos de marketing. De hecho, los autodenominados progresistas saben perfectamente que si sus ideas se llevaran a la práctica, los primeros perjudicados serían ellos mismos, en tanto que forman parte de las clases más acomodadas, las primeras que sufren los efectos de las políticas que patrocinan; de ahí que lleven un cuidado exquisito en hacer en su vida privada exactamente lo contrario de lo que predican en público.

El progresista finge un estado de encandilamiento cuando se refiere a las conquistas del régimen de Fidel Castro o cuando muestra su apoyo a los movimientos antiglobalización. Por supuesto, no soportaría vivir en Cuba ni prescindir de las ventajas que el fenómeno de la globalización ha convertido en cotidianas para la mayoría de los ciudadanos. Tampoco hay noticia hasta la fecha de que un líder de progreso lleve sus hijos a la escuela pública, o de que haya pisado alguna vez la puerta de urgencias del hospital de Leganés. Pero, eso sí, en los manifiestos en defensa de la educación pública y en las campañas estilo "Queremos que nos trate el doctor Montes", sus firmas son las primeras.

La izquierda sabe que no es posible dar marcha atrás en la tarea destructiva llevada a cabo por sus intelectuales orgánicos a lo largo del siglo pasado. La gente ha interiorizado de tal forma sus consignas, que sólo cabe seguir huyendo hacia delante para mantenerse en el poder. Los medios de comunicación de masas, los centros de pensamiento y el sistema público de educación han logrado que los ciudadanos acepten como síntoma de modernidad cualquier postura irracional contra el orden establecido. El radicalismo, la subversión, el pensamiento inmaduro, los ataques a la Iglesia, la ausencia de una moral compartida, el hedonismo, el relativismo y la preferencia por lo colectivo frente a lo individual, todo ello es lo que la izquierda ha inculcado a las nuevas generaciones, hasta el punto de que estas lo han interiorizado como filosofía propia.

Estamos, por tanto, en un punto de no retorno. Los líderes de izquierdas saben que la única forma de mantenerse en el poder es seguir alimentando a la población con dosis cada vez mayores de su estupefaciente radical. Si la izquierda se volviera súbitamente honesta y pusiera una nota de sensatez en su proyecto político, sus votantes elegirían otros partidos que les prometieran raciones más abundantes de progresismo: aborto no ya libre, sino obligatorio, eutanasia a discreción, expropiación de viviendas a sus legítimos propietarios, subvenciones cada vez más abundantes a las clases ociosas de progreso...

Los herederos intelectuales de Marx, Gramsci y Marcuse ya no creen en la utopía. El progresismo contemporáneo no quiere saber nada de la vieja tradición socialista, que aún fingía defender principios como la solidaridad o la igualdad. Si le preguntamos a un progre qué valores defiende, nos abrumará con una verborrea basada en el sentimentalismo, la simplificación y la demagogia más grotescos. La izquierda ha pasado de Marx a Suso de Toro, del materialismo histórico de Bujarin al suplemento dominical del País, de Marcuse a Javier Sardá y de la lucha de clases a la educación para la ciudadanía y el puñetero cambio climático. Y lo peor de todo es que la mayoría de la población opina exactamente igual que ellos, aunque no vote a partidos de izquierda.

Su actitud revolucionaria, su odio al capitalismo, su fascinación por los regímenes autoritarios de izquierdas (valga la redundancia) es simplemente la tramoya tras la que se desarrolla la verdadera función: la protagonizada por unos parásitos que necesitan explotar esa imagen y promocionar esos contravalores para seguir viviendo de quienes, ajenos a esta batalla, trabajan y pagan gustosamente sus impuestos, convencidos de que están contribuyendo al progreso de la humanidad.

El progresismo, a causa de su evidente despolitización, es por tanto mucho más peligroso que el socialismo clásico, ya que ha dejado de ser una doctrina política para transformarse en una moral. Si discrepas sobre los datos seudocientíficos que sustentan el movimiento histérico formado en torno al llamado calentamiento global, o dudas de que subvencionar al infecto cine español o a la SGAE sea algo determinante para la supervivencia de la cultura occidental, no te consideran una persona equivocada, sino un sujeto depravado sin posibilidad de redención. Ante esto hay quien prefiere acomodarse al pensamiento hegemónico y pasar por civilizado, pero en mi caso les aseguro que jamás pensé que me sentiría tan feliz siendo un "inmoral". "

 

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